viernes, 6 de enero de 2023

BUSCANDO LA DISCIPLINA

Son las 19:45 el ocaso ya comienza a sentirse en la piel a través del ventanal. El ruido disminuye lentamente y en la sala, solo es interrumpido por mi propio teclear. Hubiera sido más poético quizá hacer alusión a la fuerza con que se evocan en mi cabeza, como una especie de ruido silencioso que se forma en palabras, pero creo que el concepto de tranquilidad en el ambiente está dado en el inicio del párrafo.

Confieso que mientras comía mis huevos revueltos empecé con la idea de abrir el procesador, pero por otro lado (monkey mind) me decía con suavidad -Debes saborear y saber lo que comes- y en ese espacio en que no hay palabras, pensaba en el hacer presente el proceso de estar con la comida. 

Es cierto que mi preparación no pretende ser una recordada en los libros de cocina, lejos estoy de ese hito. Lo que si tengo como certeza es que me gusta ver los colores en mi plato. El amarillo ya lo tienen identificado, junto a él, el verde de la palta (no aguacate como comenzó a llamarle en México a sus veintitanto Bolaño) el "crunch" de los frutos secos (almendra o nuez, inclusive mani o las tres en alguna ocasión) le entrega esa información de estar comiendo al cerebro y por último, el señor queso, que de un tiempo a esta parte tiene sus nombres propios, Emental o Gallego. En otras oportunidades las semillas de chia, las pepas de zapallo o las aceitunas verdes rellenas de pimentón completan el plato. Hoy donde la tarde refresca el silencio no han sido parte del menú.

Más de algún lector acucioso debe estar pensando en el líquido que acompaña todo este festín, pues claro, no puede ser otro que el reconocido café. En este punto especial, existen también variaciones. Puede ser del tradicional en polvo, en otras oportunidades es la prensa francesa (comprada en Marley) quien depura la bebida o la cafetera italiana, la dueña de hacer surgir desde su interior ese aroma potente del oscuro brebaje. En aquellas ocasiones en que me dispongo a entrenar (casi siempre un "largo") es reemplazado por una taza de cacao amargo con maca con el objetivo de adquirir resistencia y apoyar a mis articulaciones en su desempeño.

Lo claro es que a mi costado izquierdo, por donde entran las respiraciones de la ciudad, descansan los restos de un colorido plato y fue solo al termino de esta acción- la de comer, por si queda alguna duda al leer- que levanté la tapa de mi ordenador para iniciar la búsqueda. Quizá me miento, pues lo que aparece ahora en pantalla está lejos de lo que se generaba en mi cerebro treinta minutos atrás mientras consumía mi preparación. 

Con esto no quiero decir que no estuviese disfrutando de cada una de las bocados de aquel arcoíris de comida que acercaba a mi boca una certera (en su cantidad) cuchara de palo, por el contrario, si tuviera las palabras idóneas, las usaría para describir la sensación de agrado en aquel proceso. 

El entusiasmo comenzó minutos antes de prender la cocina y se fue desarrollando de manera pausada cada vez que incluía un nuevo ingrediente en el pocillo en la cocina y obviamente llegó a su clímax cuando degusté la primera vez y que insisto fue mientras mi computadora dormía. 

La tentación de consumir mis alimentos en la medida que escribo estaba latente durante el inicio del proceso. Un noventa por ciento de las veces sucede así. Dispongo los elementos de la merienda y con el primer sorbo de café ya estoy frente a la hoja en blanco despuntando mis dedos. En algunas oportunidades el traspaso de las neuronas a la estructura narrativa se da con cierta rapidez. En otras, la pulcritud que se desea lograr conlleva volver al inicio y reparar algunos tiempos verbales descritos con antelación.

Es encantador el proceso de escritura. La última parte del año 22 fui adoptando cierta periodicidad, me fui encantando y descubriendo cierta voz (como lo mencionó mi colega Andrés) que estaba allí y que deseaba salir. Todavía existe cierta lucha interna en cuanto a incluir ciertos quiebres que pueden mejorar la tensión dramática, pero reconozco el Talón de Aquiles, en mi interior sé que aún no logro separar a quien escribe del protagonista de las situaciones narradas. 

Sé que no todo está perdido y que esos giros o profundizaciones que se dan con tanta naturalidad en silencio en mi cerebro, lograrán encontrar su espacio y voz en la medida que encuentre lo que estoy buscando: la disciplina para escribir.










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